Modelando topográficamente el suelo, se constituye la interioridad y silencio requeridos para un campo de oración urbano. La continuidad del suelo acoge las celebraciones masivas constituyendo un espacio libre y unitario, acogiendo en sus suaves pendientes situaciones de permanencia. Los árboles existentes limitan aleatoriamente el espacio, constituyendo diferentes distancias proxémicas para las reuniones informales de pequeños grupos de peregrinos.
Se trata de un gran atrio de reunión, limitado por un deambulatorio circular en torno al altar, abierto desde la plaza de yumbel mediante un eje procesional diagonal que conduce al altar –un clásico baldaquino que con su sombra protegerá a los celebrantes y a la imagen de San Sebastián–, para culminar en la actual zona de las “mandas”.
Un segundo eje cruza el círculo retomando la antigua tradición de orientación este-oeste. En un extremo, hacia la caída del sol, un oratorio penitencial subterráneo desciende hacia las profundidades de la tierra –como en el viaje de dante alighieri o en los iconos bizantinos de la crucifixión–, para ascender hacia el sol naciente, con un oratorio abierto donde se custodia el Santísimo.