El paso del tiempo llena la arquitectura, y los azotes de los terremotos inevitablemente obligan a desprenderse de lo ornamental vaciándola. Junto con restituir la iglesia y el coro a su dimensión y forma original -parte de la iglesia se había tapiado, habilitando una enfermería-, se construyó un zaguán en madera con una doble puerta y se reconstruyó el presbiterio. Aprovechando el espesor entre el nuevo muro exterior de refuerzo estructural, se vaciaron cinco nichos con luz natural cenital, para dar lugar a las imágenes religiosas, las que en lugar de constituir un retablo frontal concelebran en torno al altar.

La restauración de esta obra buscó una noble sencillez que no distraiga de lo central del caso, el acto litúrgico. Se repusieron: cielos, columnas, pisos, zócalos, y se proyectó el nuevo mobiliario litúrgico: la mesa del altar y el ambón con travertino, la sede y los bancos en raulí.